La nueva cruzada fascista
El mandato presidencial de Donald Trump tuvo un final esperpéntico digno de lo que
había sido la etapa total de ese mandato. Su política y la forma de realizarla tenían
características propias que las diferenciaban de lo que puede ser considerado normal en
ese terreno. Y su estilo tuvo, y está teniendo, imitadores en otros lugares, principalmente
en Europa, y en concreto en nuestro país. Ese estilo, que algunos denominan “trumpismo”,
se encuadra en realidad entre las modalidades de ultraderechismo y neofascismo que han
ido surgiendo durante las últimas décadas, y que se caracterizan por un alto grado de
conservadurismo, xenofobia, racismo, machismo, aporofobia, homofobia, insolidaridad
social, integrismo religioso...
Ese tipo de partidos y organizaciones neofascistas existían en Europa ya antes del mandato
presidencial de Trump, pero recibieron un fuerte impulso por la influencia que lo
norteamericano siempre tuvo sobre nuestro continente. En nuestro país, el resultado de las
últimas elecciones autonómicas en Andalucía (2 de diciembre de 2018) fue un síntoma o
reflejo del cambio que se estaba operando en la manera de percibir la política por una parte
considerable de la población. Desde entonces el partido fascista VOX fue creciendo en
implantación política también en el resto de España. Fueron disminuyendo las
movilizaciones como la del 15-M, las reivindicaciones feministas y las que, durante el
gobierno de Rajoy, tenían lugar contra la corrupción, el aumento del desempleo, los
recortes en la sanidad y en la enseñanza y mientras tanto crece la movilización
ultraderechista en forma de ultranacionalismo, violencia contra inmigrantes, contra el
feminismo… y últimamente también con posturas irracionales como la negación de la
pandemia del COVID-19 y la oposición a las medidas que se toman contra ella.
Increíblemente está tomando auge incluso un movimiento, que recibe el nombre de
“terraplanista” que se empeñan en negar que la tierra es redonda, y en ese ámbito social
del que se nutre el neofascismo hay incluso gente que se jacta o vanagloria de no haber
leído nunca un solo libro.
Sin duda hubo siempre gente con este tipo de ideas reaccionarias, pero se reprimía en
expresarlas públicamente: era políticamente incorrecto hacerlo. Pero he aq que llegó
Donald Trump a la Casa Blanca, y esa gente vio que uno de ellos podía incluso llegar a ser
presidente de los EE.UU. Existía, además, el precedente del éxito de Berlusconi en Italia.
Así pues, lo irracional en materia política y social se puso de moda, los ultraderechistas se
sintieron, otra vez, protagonistas de la Historia, y convencidos de que ahora lo
políticamente correcto es reivindicar su retrograda concepción de la sociedad, pasan a la
ofensiva.
Vemos lo que está ocurriendo, pero nos toca analizarlo, interpretarlo, averiguar porqué
está ocurriendo. En esa tarea, una primera consideración es recordar la naturaleza de los
movimentos fascistas, los clásicos fascismos de la Italia de Mussolini, la Alemania de
Hitler, y las diversas sucursales que tuvieron en otros lugares, entre ellos el franquismo
que “disfrutamos” en nuestro país durante cuatro décadas. Los fascismos del siglo pasado
nacieron como una reacción burguesa contra la influencia que estaba teniendo en el mundo
industrializado la Revolución Rusa de 1917 y su proyecto comunista. En este sentido,
pudiera parecer que tras el desenlace de la Guerra Fría, a finales del siglo pasado, con la
victoria del capitalismo neoliberal sobre los regímenes comunistas, el peligro socializante
había pasado, el capitalismo se había evidenciado como la única opción económica posible
y ya no eran necesarios los cruzados fascistas para movilizarse contra el comunismo. Pero
he ahí que se movilizan de nuevo, pero ¿contra qué?
Si la bestia fascista se pone otra vez en movimiento no es por casualidad, tiene que haber
una grave razón para ello. Tengamos en cuenta que con independencia de la irracionalidad
y falta de luces del personal que se moviliza, quien en realidad dirige la operación sabe
muy bien lo que hace. Se trata de la clase dirigente; su dominio y control del aparato
ideológico del sistema (la formación y la información) consigue el milagro de movilizar
contra los intereses de los explotados a no pocos explotados, pues la diferencia entre el
mero ultraderechismo y el fascismo es que éste consigue contraponer obreros contra los
intereses del movimiento obrero, mujeres contra las reivindicaciones del feminismo,
jóvenes contra los propios intereses de clase de los movilizados y al servicio y beneficio
de sus enemigos de clase. Se trata de una técnica propagandística muy elaborada: tienen
psicólogos y sociólogos (también filósofos y teólogos) a su servicio con grandes
conocimientos para manipular la mente de las masas de la población, y grandes recursos
cnicos (prensa, cine, televisión…) para hacer que muchas personas se detraigan del lugar
que les corresponde en la Lucha de Clases para apasionarse por cuestiones raciales,
nacionalistas, machistas, sexistas, ultra religiosas
Pues bien, tenemos que concluir que si los dominadores del sistema vuelven a recurrir a
las estrategias que emplearon los años 20 y 30 del siglo pasado es porque se sienten tan
amenazados como entonces. Su enemigo hoy no es ninguna Internacional Comunista, es la
realidad, la sangrante realidad. La realidad mostró que el capitalismo es el azote de la
humanidad, «por sus hechos los conoceréis». La nueva crisis de hambre afecta a 800
millones de personas amenaza la vida de 300 millones de niños. Mil millones de personas
malviven con menos de un euro al día. Esa situación en amplias áreas del planeta y los
conflictos armados en muchas de ella generan una masiva emigración de población cuyos
efectos estamos viendo también nuestro país. El 1% de los ricos del mundo acumula el
82% de la riqueza global; en realidad, las 43 personas más ricas del mundo poseen tanta
riqueza como los 3.800 millones de personas más pobres del planeta; 115 personas poseen
más riqueza y poder económico que países enteros. Actualmente estamos viendo también
la forma desigual en la manera mo se está afrontado la pandemia del COVID-19 en los
países ricos y en el mundo subdesarrollado, y el escándalo de los privilegios de las clases
favorecidas a la hora de distribuir las vacunas. Y como telón de fondo de todo esto, la
forma irracional de explotación de los recursos del planeta está afectando el equilibrio
ecológico y poniendo en riesgo la pervivencia de la humanidad.
Se trata de problemas que requieren dos cosas: intervención estatal para resolverlos y
coordinación mundial para la toma de decisiones a nivel global. La realidad nos muestra
eso, y a los poderes dominantes, con su aparato informativo, les interesa ocultar o
minimizar esa realidad. El gigantesco desarrollo de China durante las últimas décadas
muestra que las cosas funcionan mejor cuando el Estado las gestiona. Esta realidad echa
por tierra la propaganda oficial capitalista que daba por definitivamente fracasado el
sistema de economía planificada; el interés de las clases dominantes del sistema capitalista
es la economía privada, dirigida por iniciativa privada, sobre la base de la propiedad
privada y el beneficio privado. Ya hemos visto los frutos de esa modalidad privada de la
gestión económica y los nefastos resultados y peligros de su aplicación.
Precisamente contra esa necesaria e inevitable solución de la problemática mundial se está
movilizando la nueva cruzada fascista. Los Estados y los organismos internacionales
deben garantizar la igualdad de todos los seres humanos en el disfrute de los bienes del
mundo, y deben dirigir la formación académica y el progreso científico a favor de toda la
humanidad, y deben gestionar la sanidad de todos los ciudadanos por igual. La asunción de
esos poderes por el estado a favor de todos los ciudadanos choca con los intereses privados
de los dominadores del sistema.
Establecida la naturaleza del conflicto, cabe ahora analizar cómo lo están afrontando las
clases dirigentes. El neofascismo que nos ocupa es, en las manos del poder financiero
mundial, un arma o instrumento de chantaje contra los Estados y contra los ciudadanos. Es
un intento desesperado de frenar lo inevitable. Lo inevitable es que el Estado asuma el
control y gestión de la economía, la producción, la sanidad, la enseñanza y otras cosas que
son de interés general para toda la sociedad y que se pervierten cuando caen en manos
privadas.
En esa pugna la clase dominante se dedica a potenciar a los movimientos contestarios de
carácter ultraderechista para presionar a los gobernantes e impedir el desarrollo de
políticas progresistas. Hace unas semanas un ministro socialista del actual gobierno de
nuestro país declaraba pública y solemnemente que su gobierno no tenía en absoluto
intención de nacionalizar la industria eléctrica, y esto lo hacía en un momento cuando se
sabía que aquellos días el coste de la energía eléctrica iba a subir desmesuradamente
cuando el país estaba sufriendo una intensa ola de frío y alguna persona estaba muriendo
de frío en la Cañada Real donde se había cortado el suministro eléctrico. La actitud del
gobierno es un caso claro de claudicación ante una presión que le impone una política que
no debiera ser la suya
Y el chantaje va dirigido también contra los ciudadanos para que se conformen con una
situación política y económica que los perjudican y no postulen cambios en sentido
progresista y socializante. Es precisamente la ciudadanía quien debe reaccionar contra esos
poderes que la oprimen, y exijan a sus gobernantes políticas más igualitarias. Debemos
aprender de la historia y recordar lo que sucede cuando se permite que se hagan dueños de
la calle y de las instituciones las fuerzas reaccionarias que se agrupan en torno a líderes
carismáticos y les ceden un poder absoluto que anula la soberanía ciudadana. Sin
complejos debemos exigir que el Estado que representa a todos gobierne en favor de todos
y no al servicio de las multinacionales y el sector financiero internacional. Debemos
reaccionar contra la nueva cruzada fascista. Nos va mucho en ello.
Faustino Castaño
Gijón, 26 de enero - 2020